martes, 13 de marzo de 2012

Fin del verano

-¡Venga, gallina, salta ya!- gritaba Javier desde el agua.
-¡Eso, que no tenemos todo el día- añadió Miguel, vociferando igual que su compañero.
-Dejadlo, si le da miedo, que baje por otro lado...- intervino Claudia, mi novia, que siempre vela por mí.

     Seguramente os estaréis preguntando que a qué viene esta conversación. Quizás penséis que carece de la más mínima importancia, pero para mí es la conversación más corta e intensa de mi vida. Es mejor que os ponga en antecedentes...

     Me desperté esta mañana como de costumbre, con una temperatura bastante elevada. Las cortinas de mi habitación ondeaban con la brisa veraniega. Aún en calzoncillos (en verano es la mejor opción con tal de no asfixiarse por las noches, sobretodo estando en agosto) me dirigí a la cocina a prepararme el desayuno. Allí encima había una nota de mis padres en la que decían que se habían ido a comer  a casa de mis tíos. Miré el reloj, y para mi sorpresa ya eran las doce. Deprisa y corriendo me fui a vestir, poniéndome lo primero que vi en el cajón, y salí a la calle a toda prisa. Cogí la bicicleta y pedaleé los más rápido que podía para llegar a la plaza a tiempo, donde había quedado con mis amigos para dar una vuelta. Habíamos acordado llegar a las doce, y según mi reloj ya pasaban doce minutos. Cuando llegué, Javier y Miguel ya estaban esperándome.
-¡Menos mal! Por fin has llegado- exclamó Miguel.
-Ya creíamos que ni aparecerías. ¿No decías que tu madre siempre te despierta a las diez?
-Sí, pero hoy mis padres no están en casa y se me olvidó poner el despertador.
-¿Qué dices? ¿Y no nos invitas a tu casa?- saltó Javier, el fiestero y juerguista oficial del grupo.
-Hoy no puedo, he invitado a Claudia a comer y prefiero estar a solas.
-Míralo, y parecía tonto. ¿Qué, te has esperado a que tus padres se fueran de casa para aprovechar y hacer "manitas" con Claudia?- dijo Miguel, con una ceja levantada y su característico sarcasmo.
-A vosotros no os importa lo que haga o deje de hacer con ella- dije eso con una sonrisa burlona.
-Bueno, ya acabarás contándonoslo, ¿verdad, Javi? Siempre le ha gustado fanfarronear.
-Ja ja ja... tienes razón, no sé ni por qué le preguntamos.
En fin, ¿dejáis de meteros en mi vida y pedaleamos un rato?

     Llegué a casa pasadas las dos de la tarde, cansado y con la nuca roja debido al sol. Tenía tiempo, ya que había quedado con Claudia a las tres en mi casa para comer y mis padres no vendrían hasta la noche. Me metí en la ducha un buen rato, enjabonándome bien por todo el cuerpo para quitarme el cansancio de encima. Al salir de la ducha, antes de ponerme la toalla, me miré en el espejo (debo reconocer que soy bastante narcicista) y contemplé mi cuerpo. Los meses de gimnasio iban dando sus frutos lentamente. Una vez seco y vestido, cogí de la nevera la comida que me habían dejado mis padres y la calenté en el microondas, justo en el momento en que mi novia llamaba a la puerta. Fui a abrirle y me quedé embobado mirándole la cara, tan guapa y bien maquillada como siempre.
-¡qué guapa estás, Claudia!
-Gracias. Me he puesto la sombra de ojos que me regalaste la semana pasada.
-Vaya, parece que ya traes la mochila con las cosas- dije señalando la bolsa de deporte que sostenía.
-Claro, así después ya no tengo que pasar por casa y vamos directamente a la playa.
-Pues yo aún tengo que buscar mi bañador.
-Pues mira que te lo dijimos ayer, ya podrías haberlo buscado. Bueno, luego te ayudo a encontrarlo, ahora ven aquí.

     Me acerqué lentamente a ella y comenzamos a besarnos apasionadamente. Cerré la puerta (que aún seguía abierta) y nos dirigimos a mi habitación.

·   ·   ·

-¡Hombre, la parejita! Ya creíamos que no vendríais. ¿qué tal en casita solos?- dijo Javier con tono burlesco.
-¿No ves la cara de felicidad que traen? Seguro que se han metido en alguna habitación...
-¿Os calláis de una vez?- dije, esta vez un poco molesto.
-Ja ja ja... vete tú a saber si no han ido al sofá...

     Después de aguantar las burlas de mis amigos, nos pusimos en camino hacia la playa, que estaba a unos dos o tres quilómetros. Por el camino hicimos bromas, contamos anécdotas, incluso de vez en cuando realizábamos alguna gamberradilla. Yo iba cogido de la mano de Claudia, y esporádicamente nos dábamos algún beso delante de las risas y burlas de mis amigos. El camino, que duró cerca de una hora, transcurrió sin incidentes, y llegamos cerca de las seis a la playa. Una vez allí, nos pusimos los bañadores y colocamos las toallas sobre la arena. Javier y Miguel se fueron corriendo al agua y yo me quedé tumbado en la arena con Claudia, mientras hablábamos de la comida de mañana con sus padres:
-Y recuerda que a mi padre no le gusta el fútbol, no como a ti.
-Vale, entonces no le hablaré de fútbol. ¿Pero qué le puedo decir?
-Le gusta la política. Es un poco de derechas, pero seguro que le caerás bien.
-No sé, no lo veo claro... ¿Y tu madre, cómo es? ¿Qué le gusta?
-Mi madre es más fácil. Le encanta la decoración del hogar, pero no le hables de modas o tendencias, que no le gustan esos temas.
-En eso no has salido a tu madre, ¿eh? Ja ja ja...
-Yo he salido más a mi abuela. Algún día te la presentaré... quizás.
-¿Y es obligado que yo vaya mañana a tu casa? A lo mejor deberíamos esperar un poco más.
-¿Más? Llevamos saliendo casi dos años. ¡Y tú ya me presentaste a tus padres!
-Ya, pero es que a mis padres les tengo más confianza...
-No te preocupes, todo saldrá bien, ya lo verás...- y me guiñó un ojo.

     Aún había un buen sol a las siete de la tarde, y decidimos ir los cuatro a caminar por la playa. Íbamos descalzos bordeando la orilla mientras el agua iba y venía entre nuestros pies y nos refrescaba. Llegamos hasta un extremo de la playa, en una zona rocosa, y decidimos seguir por el arisco camino (igual que habíamos hecho tantas otras veces). Íbamos contemplando el inmenso horizonte a lo lejos, tan hermoso como siempre. Llegamos a una pequeña cala, en lo alto de un pequeño acantilado de unos 10 metros.
-¿Qué, nos tiramos al agua desde aquí, como la última vez?- inquirió Javier.
-Vale, tirémonos- dijo Claudia -pero hay que tener cuidado, que justo debajo hay rocas.
-¡Bah! Eso con un pequeño salto se pasa de largo- respondió Miguel con una mueca de pasividad.

     Dejamos las mochilas en el suelo (yo con cuidado, ya que dentro llevaba el móvil nuevo que me compraron mis padres). Saltó en primer lugar Javier y se oyó una sonora salpicadura. Después se tiró Miguel y después Claudia. Yo era el último que quedaba allí arriba. Me asomé por el acantilado y los vi chapoteando en el agua, felices. A mi me recorrió un escalofrío por la columna. Los tres me miraban fijamente:
-¡Venga, gallina, salta ya!- gritaba Javier desde el agua.
-¡Eso, que no tenemos todo el día- añadió Miguel, vociferando igual que su compañero.
-Dejadlo, si le da miedo, que baje por otro lado...- intervino Claudia, mi novia, que siempre vela por mí.

     Tragué saliva, cogí carrerilla y cerré los ojos mientras esas palabras me resonaban aún en la cabeza. Corrí hacia delante, dispuesto a saltar, pero se me clavó una piedrecita en el pie y se torció todo, justo en el último instante Cerré los ojos mientras notaba cómo caía. Me vino a la mente las imágenes de Claudia, la de sus padres, Javier, Miguel, mi casa, la playa, el horizonte, el mar azul, la luz del sol... Por último, vi una imagen de mi mismo mirándome fijamente y con una amplia sonrisa en la cara. Luego, sonó un intenso pitido que se iba debilitando y todo se volvió oscuro...

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