La
naturaleza del ser humano ha sido estudiada hasta la extenuación,
escudriñando hasta el más mínimo detalle con tal de entender el
porqué de nuestra forma de ser. Cada persona no es más que una
minúscula pieza de un amasijo inmenso, de un organismo con vida
propia. El problema radica de la conflictividad entre dichas piezas,
cuando dejan de formar parte de este entramado social para pasar a
ser gente "única", gente cuyos intereses están por encima
de los del resto, gente que cree saberlo todo y en realidad ni se
reconocen ante un espejo.
Cuando
dotas de libre albedrío a los miembros que componen un mismo grupo,
cabe la posibilidad de que los conflictos entre las ideas de cada uno
acaben por destruirlo; no obstante, a veces es necesario la pérdida
de los lazos que unen a estos miembros para poder avanzar. Es en la
heterogeneidad de pensamiento lo que hace que el ser humano haya
evolucionado como ha evolucionado. El control en la mente de las
personas, la manipulación del punto de vista, la demagogia en su
estado puro... son factores que, tarde o temprano, acaban
desmantelando este complejo sistema, degenerándolo y llegando a una
cruda batalla en la que todo el mundo se involucra en cierto modo.
Todas
estas reflexiones son las que se perdieron por completo en la
historia que aquí nos trae...
Hablo
del año 2039, un año difícil de olvidar para las generaciones
venideras pero que marcará un antes y un después en la historia de
nuestra existencia. Es una época complicada, la crisis de valores ha
llegado a su máximo esplendor, despojándonos de cualquier
conciencia moral que en otras épocas marcó la vida de las personas.
Los escrúpulos, meras sombras de lo que en un tiempo representaban,
brillan por su ausencia, y la conciencia colectiva alzó el vuelo
para perderse entre cualidades tales como el egoísmo o la
indiferencia. La era de la información veía venir su fin, hasta el
más rastrero mindundi era capaz de manipular todo aquello que
llegaba a la población, hasta tal punto que uno no se podía fiar ni
de lo que veía: este desconcierto y desconfianza fueron la mecha de
un polvorín que se incrementaba año tras año. La indignación
generalizada fue otro factor a tener en cuenta, cuando la gente tomó
conciencia de lo que pasaba y arremetía contra el poder dominante,
cada vez más contundentemente. De hecho, diariamente se podía
observar una protesta u otra, a cada cuál más violenta y agresiva
que su predecesora, transformando las calles en auténticos campos de
batalla.
Se
acabaron formando dos grupos, dos conglomerados de gente que lo único
que buscaban el poder para poder imponer al resto su forma de pensar.
Unos defendían la libertad, una falsa libertad que embelesaba a todo
aquél incapaz de razonar, cegado por las luces de un futuro utópico
e irrealista que se le prometía alcanzable. Los otros opinaban que
el cambio sólo era una excusa para arrebatarles el poder que
ostentaban, una treta del pueblo para tomar las riendas de un caballo
indomable. De todas formas, no sería justo englobar a todo el mundo
en cuaquiera de los dos grupos con sendas ideas vacías de contenido:
se podrían catalogar como un reducido grupo, por decir algo, de
personas que realmente piensan pero cuyas voces son acalladas con el
fragor del conflicto. Aunque, bien mirado, y acorde a lo que he dicho
unas líneas antes, cada uno no es más que una pieza, sí, pero una
pieza con alma propia y, supuestamente, capacidad para pensar por sí
misma. Por desgracia, sólo una minoría es capaz de controlar a una
mayoría, y ese no es más que el motivo del inicio del feroz
enfrentamiento entre estos dos bandos, desembocando en la 3ª Guerra
Mundial.