lunes, 30 de julio de 2012

Rayman Returns (Título provisional)


1- El regreso de la oscuridad

-Señor, ya está completamente restaurado.
-Bien, bien, bien... Ahora sí que podré hacerme con el control absoluto.
-¿Qué está planeando, señor?
-Nada, cosas que no son de tu incumbencia. ¡Y como sigas preguntando, te tiro en mitad del pantano!
-Mis disculpas, señor. No volverá a ocurrir, señor.
-Eso espero. Puedes retirarte. Mantenme informado de cualquier contratiempo.
-Sí, señor, así lo haré. Adiós, señor- hizo una prolongada reverencia mientras se marchaba por la puerta.
-¡Guardias! Traedme aquí nuestro prisionero, el que se encarga de las excavaciones. Me gustaría tenerlo todo listo para mañana.
-Ahora mismo, señor- contestó un centinela que estaba a la derecha del improvisado trono de madera, haciendo una amplia reverencia.
-Espero que todo esto no sea en vano. Como descubra que el ejército de hierro no son más que habladurías de esa maldita bruja, pasará por todas y cada una de las salas de tortura de las que disponga hasta que pida clemencia. ¡Nadie engaña al Gran André, resurgido de entre las cenizas de los dioses!

Después de poco tiempo, trajeron ante André, que estaba sentado en su trono de madera, una pequeña bruja de aspecto frágil, que revoloteaba sin cesar intentando librarse de las pesadas cadenas que la mantenían cautiva. Su ropa estaba descolorida y sucia, y sobre la cabeza llevaba un enorme sombrero puntiagudo, maltrecho y muy rahído.

-Bien, bonita, explícame cómo está avanzando la excavación. ¡No quiero ni mentiras ni patrañas de las tuyas!
-Sí, señor...- dijo la bruja con un hilo de voz -Parece ser que hemos encontrado algo. Tal y como predije, el ejército de hierro está escondido en lo que parecía una sala de seguridad. Parece ser que se trata de una especie de grupo de robots arcaicos, que fueron desconectados por algo que aún no hemos logrado identificar. Probablemente el calor de las calderas colindantes, no lo sé...
-¡No quiero oírte decir "no lo sé"! ¡Quiero hechos!
-S-s-sí, señor. Disculpe, señor... Como iba diciendo, están desconectados. Quizás podamos hacerles volver a la vida. Quizás en las ruinas de esa nave podamos encontrar algo para reanimarlos, no lo sé.
-¡¿"NO LO SÉ"?! ¡¿Otra vez con esas malditas palabras?! ¡Llevadla al calabozo y dadle unos cuantos azotes, que aprenda a hablar con el Gran André!

Los soldados ejecutaron la orden con suma diligencia, llevándose a la pequeña bruja mientras gritaba clemencia. Entonces, entró el centinela de antes a toda prisa, pidiendo permiso para hablar con la máxima autoridad de esa sala.

-Habla- inquirió André.
-Mi señor, ya está todo listo, y antes de lo previsto. Cuando quiera, puede subir a bordo.
-Perfecto. Es hora de poner en marcha mi terrible venganza...

· · ·

Todas las superfícies estaban cubiertas de polvo. Hacía muchos años que nadie entraba en ese lugar, pasto del desastre y el horror. Los hombres de André habían hecho un gran trabajo, restaurando aquel monstruo de metal y madera. Los meses que fueron necesarios para remodelarlo fueron largos y tortuosos para los trabajadores, pero ahora ya estaba listo. Tenía una capacidad para albergar prisioneros impresionante, algo que dejó sin palabras a André. La comitiva del comandante jefe llegó a la sala de control, desde donde se controlaban todas las máquinas.

-Señor, tiene lista su suite arriba del todo, con unas vistas magníficas.
-Antes quiero comprovar personalmente que esto funciona. ¡Vamos allá!

Con una sonrisa malévola, André accionó una gran palanca que había en el centro. Se oyeron ruidos metálicos de todo tipo por todo el vehículo, dando a entender que la maquinaria se había puesto en marcha. Las luces se encendieron poco a poco, primero titilando y luego alumbrando todas las estancias y los pasillos. André, asombrado ante toda esa algarabía de ruidos, fue corriendo a su nueva habitación, que se encontraba realmente lejos. En mitad del camino, un fuerte crujir se oyó en toda la zona y los temblores se hicieron notar, cada vez más fuertes. ¡El barco estaba otra vez en el aire!

· · ·

En medio de las excavaciones, en la grieta más profunda y la más oscura, se comenzaron a oír extraños ruidos metálicos, parecidos a los de la nave, pero con menor intensidad, y unos extraños puntos de luz amarillenta aparecieron en mitad de la oscuridad...




2- La llamada

Era una noce clara, con un cielo estrellado y completamente despejado. Las lunas brillaban con una intensidad excepcional, que las hacían parecer aún más hermosas, si cabe. Rayman dormía plácidamente sobre una rama de árbol, suficientemente gruesa como para poder descansar sin temor a las caídas. La luz de las estrellas le daba de lleno en la cara, haciéndole estar en un constante y dulce sueño de hadas. Pero una gigantesca sombra, de tamaño descomunal barría el bosque por completo, poniendo en la penumbra todos los árboles y animales que por allí se encontraban. Cuando Rayman vio que las lunas no iluminaban su rostro, abrió los ojos; en el cielo, donde antes había azul salpicado de puntos blancos, ahora había una enorme mole oscura, moviéndose a toda prisa propulsada por los gigantescos reactores que se encontraba en la parte posterior. Algo raro estaba pasando, y Rayman tenía que averiguarlo.

Fue corriendo bosque a través, esquivando ramas y tortugas, sin tiempo a contemplar aquel idílico paisaje en el que tantas veces había estado. Por fin, llegó hasta un extenso claro, al lado de un lago de aguas cristalinas, en el que una casita de piedra se erguía como podía, de forma sinuosa y muy irregluar; se podría decir que las vigas que la aguantaban se ayudaban de magia. Rayman se apresuró en llamar a la puerta repetidas veces, con un nudo en la garganta, esperando que le abriesen. Al fin, al otro lado de la puerta se oyeron unas voces y con un pequeño cirrido, se abrió por completo.

-¿Rayman? ¿Qué quieres a estas horas? Estaba durmiendo...
-Betilla, es algo mucho más importante que dormir. ¡Mira!- dijo, señalando al cielo.

Betilla siguió la dirección del dedo de su interlocutor y casi se desmaya del susto. La gran nave seguía su lenta pero incansable marcha a través del cielo, creando un rugido que no vaticinaba nada bueno.

-¡Rayman, esto es horrible! ¡Debemos hacer algo!
-Por eso he venido. ¿Qué debemos hacer? Estoy listo para volver a las andadas.
-No, Rayman, es peor de lo que te imaginas. Voy a tener que avisar a todos los defensores del Bosque de los Sueños. Mientras tanto, ve a avisar a Globox. ¡Corre, no te entretengas por el camino!

Rayman miró por última vez a los ojos de Betilla y fue corriendo por entre los árboles en dirección a la casa de Globox, que se encontraba bastante cerca. Cuando llegó ante la puerta, golpeó con los nudillos lo más fuerte que pudo, ya que temía que su azulado amigo no lo oyese; no obstante, no fue así, de hecho abrió la puerta en seguida.

-¡Rayman! ¿Qué quieres a estas horas?
-Suerte que te encuentro despierto... ¡Algo está pasando en el Bosque de los Sueños! Betilla está reuniendo a los protectores de nuevo.
-¿Pero qué sucede? Qué envíen a Clark, él se puede encargar de un ejército entero.
-Globox, es más grave de lo que parece. ¡Mira!- y señaló a la gran sombra que se iba alejando por el cielo nocturno. Globox parapadeó varias veces antes de responder.
-Vale, creo que me has convencido. Deja que me despida de Uglette y de los niños, no tardo nada.

Llegaron al claro lo más rápido que pudieron, pero no había nadie allí; reinaba una calma demasiado preocupante, y Rayman temía por Betilla. Fue hacia su casa y de nuevo golpeó la puerta. Nadie respondió. Lo intentó varias veces más antes de desistir, sin recibir respuesta alguna: estaba claro que algo extraño pasaba.

-Globox, creo que sucede algo raro. Es como si Betilla hubiera desaparecido del mapa... Quizás deberíamos ir a preguntar al resto. ¿Tú qué crees?- nadie respondió -¿Globox?

Rayman se giró en seco, pero no había nadie en la zona. Escrutó entre los árboles, por si veía alguna sombra familiar, pero sólo distinguía madera y plantas. Tanto Globox como Betilla habían desaparecido y sin dejar rastro. Algo extraño se escondía detrás de todo aquello, y no podía quedarse quieto ni un segundo: el tiempo apremiaba.