1- El regreso de la oscuridad
-Señor,
ya está completamente restaurado.
-Bien,
bien, bien... Ahora sí que podré hacerme con el control absoluto.
-¿Qué
está planeando, señor?
-Nada,
cosas que no son de tu incumbencia. ¡Y como sigas preguntando, te
tiro en mitad del pantano!
-Mis
disculpas, señor. No volverá a ocurrir, señor.
-Eso
espero. Puedes retirarte. Mantenme informado de cualquier
contratiempo.
-Sí,
señor, así lo haré. Adiós, señor- hizo una prolongada reverencia
mientras se marchaba por la puerta.
-¡Guardias!
Traedme aquí nuestro prisionero, el que se encarga de las
excavaciones. Me gustaría tenerlo todo listo para mañana.
-Ahora
mismo, señor- contestó un centinela que estaba a la derecha del
improvisado trono de madera, haciendo una amplia reverencia.
-Espero
que todo esto no sea en vano. Como descubra que el ejército de
hierro no son más que habladurías de esa maldita bruja, pasará por
todas y cada una de las salas de tortura de las que disponga hasta
que pida clemencia. ¡Nadie engaña al Gran André, resurgido de
entre las cenizas de los dioses!
Después
de poco tiempo, trajeron ante André, que estaba sentado en su trono
de madera, una pequeña bruja de aspecto frágil, que revoloteaba sin
cesar intentando librarse de las pesadas cadenas que la mantenían
cautiva. Su ropa estaba descolorida y sucia, y sobre la cabeza
llevaba un enorme sombrero puntiagudo, maltrecho y muy rahído.
-Bien,
bonita, explícame cómo está avanzando la excavación. ¡No quiero
ni mentiras ni patrañas de las tuyas!
-Sí,
señor...- dijo la bruja con un hilo de voz -Parece ser que hemos
encontrado algo. Tal y como predije, el ejército de hierro está
escondido en lo que parecía una sala de seguridad. Parece ser que se
trata de una especie de grupo de robots arcaicos, que fueron
desconectados por algo que aún no hemos logrado identificar.
Probablemente el calor de las calderas colindantes, no lo sé...
-¡No
quiero oírte decir "no lo sé"! ¡Quiero hechos!
-S-s-sí,
señor. Disculpe, señor... Como iba diciendo, están desconectados.
Quizás podamos hacerles volver a la vida. Quizás en las ruinas de
esa nave podamos encontrar algo para reanimarlos, no lo sé.
-¡¿"NO
LO SÉ"?! ¡¿Otra vez con esas malditas palabras?! ¡Llevadla
al calabozo y dadle unos cuantos azotes, que aprenda a hablar con el
Gran André!
Los
soldados ejecutaron la orden con suma diligencia, llevándose a la
pequeña bruja mientras gritaba clemencia. Entonces, entró el
centinela de antes a toda prisa, pidiendo permiso para hablar con la
máxima autoridad de esa sala.
-Habla-
inquirió André.
-Mi
señor, ya está todo listo, y antes de lo previsto. Cuando quiera,
puede subir a bordo.
-Perfecto.
Es hora de poner en marcha mi terrible venganza...
·
· ·
Todas
las superfícies estaban cubiertas de polvo. Hacía muchos años que
nadie entraba en ese lugar, pasto del desastre y el horror. Los
hombres de André habían hecho un gran trabajo, restaurando aquel
monstruo de metal y madera. Los meses que fueron necesarios para
remodelarlo fueron largos y tortuosos para los trabajadores, pero
ahora ya estaba listo. Tenía una capacidad para albergar prisioneros
impresionante, algo que dejó sin palabras a André. La comitiva del
comandante jefe llegó a la sala de control, desde donde se
controlaban todas las máquinas.
-Señor,
tiene lista su suite arriba del todo, con unas vistas magníficas.
-Antes
quiero comprovar personalmente que esto funciona. ¡Vamos allá!
Con
una sonrisa malévola, André accionó una gran palanca que había en
el centro. Se oyeron ruidos metálicos de todo tipo por todo el
vehículo, dando a entender que la maquinaria se había puesto en
marcha. Las luces se encendieron poco a poco, primero titilando y
luego alumbrando todas las estancias y los pasillos. André,
asombrado ante toda esa algarabía de ruidos, fue corriendo a su
nueva habitación, que se encontraba realmente lejos. En mitad del
camino, un fuerte crujir se oyó en toda la zona y los temblores se
hicieron notar, cada vez más fuertes. ¡El barco estaba otra vez en
el aire!
·
· ·
En
medio de las excavaciones, en la grieta más profunda y la más
oscura, se comenzaron a oír extraños ruidos metálicos, parecidos a
los de la nave, pero con menor intensidad, y unos extraños puntos de
luz amarillenta aparecieron en mitad de la oscuridad...
2- La llamada
Era
una noce clara, con un cielo estrellado y completamente despejado.
Las lunas brillaban con una intensidad excepcional, que las hacían
parecer aún más hermosas, si cabe. Rayman dormía plácidamente
sobre una rama de árbol, suficientemente gruesa como para poder
descansar sin temor a las caídas. La luz de las estrellas le daba de
lleno en la cara, haciéndole estar en un constante y dulce sueño de
hadas. Pero una gigantesca sombra, de tamaño descomunal barría el
bosque por completo, poniendo en la penumbra todos los árboles y
animales que por allí se encontraban. Cuando Rayman vio que las
lunas no iluminaban su rostro, abrió los ojos; en el cielo, donde
antes había azul salpicado de puntos blancos, ahora había una
enorme mole oscura, moviéndose a toda prisa propulsada por los
gigantescos reactores que se encontraba en la parte posterior. Algo
raro estaba pasando, y Rayman tenía que averiguarlo.
Fue
corriendo bosque a través, esquivando ramas y tortugas, sin tiempo a
contemplar aquel idílico paisaje en el que tantas veces había
estado. Por fin, llegó hasta un extenso claro, al lado de un lago de
aguas cristalinas, en el que una casita de piedra se erguía como
podía, de forma sinuosa y muy irregluar; se podría decir que las
vigas que la aguantaban se ayudaban de magia. Rayman se apresuró en
llamar a la puerta repetidas veces, con un nudo en la garganta,
esperando que le abriesen. Al fin, al otro lado de la puerta se
oyeron unas voces y con un pequeño cirrido, se abrió por completo.
-¿Rayman?
¿Qué quieres a estas horas? Estaba durmiendo...
-Betilla,
es algo mucho más importante que dormir. ¡Mira!- dijo, señalando
al cielo.
Betilla
siguió la dirección del dedo de su interlocutor y casi se desmaya
del susto. La gran nave seguía su lenta pero incansable marcha a
través del cielo, creando un rugido que no vaticinaba nada bueno.
-¡Rayman,
esto es horrible! ¡Debemos hacer algo!
-Por
eso he venido. ¿Qué debemos hacer? Estoy listo para volver a las
andadas.
-No,
Rayman, es peor de lo que te imaginas. Voy a tener que avisar a todos
los defensores del Bosque de los Sueños. Mientras tanto, ve a avisar
a Globox. ¡Corre, no te entretengas por el camino!
Rayman
miró por última vez a los ojos de Betilla y fue corriendo por entre
los árboles en dirección a la casa de Globox, que se encontraba
bastante cerca. Cuando llegó ante la puerta, golpeó con los
nudillos lo más fuerte que pudo, ya que temía que su azulado amigo
no lo oyese; no obstante, no fue así, de hecho abrió la puerta en
seguida.
-¡Rayman!
¿Qué quieres a estas horas?
-Suerte
que te encuentro despierto... ¡Algo está pasando en el Bosque de
los Sueños! Betilla está reuniendo a los protectores de nuevo.
-¿Pero
qué sucede? Qué envíen a Clark, él se puede encargar de un
ejército entero.
-Globox,
es más grave de lo que parece. ¡Mira!- y señaló a la gran sombra
que se iba alejando por el cielo nocturno. Globox parapadeó varias
veces antes de responder.
-Vale,
creo que me has convencido. Deja que me despida de Uglette y de los
niños, no tardo nada.
Llegaron
al claro lo más rápido que pudieron, pero no había nadie allí;
reinaba una calma demasiado preocupante, y Rayman temía por Betilla.
Fue hacia su casa y de nuevo golpeó la puerta. Nadie respondió. Lo
intentó varias veces más antes de desistir, sin recibir respuesta
alguna: estaba claro que algo extraño pasaba.
-Globox,
creo que sucede algo raro. Es como si Betilla hubiera desaparecido
del mapa... Quizás deberíamos ir a preguntar al resto. ¿Tú qué
crees?- nadie respondió -¿Globox?
Rayman
se giró en seco, pero no había nadie en la zona. Escrutó entre los
árboles, por si veía alguna sombra familiar, pero sólo distinguía
madera y plantas. Tanto Globox como Betilla habían desaparecido y
sin dejar rastro. Algo extraño se escondía detrás de todo aquello,
y no podía quedarse quieto ni un segundo: el tiempo apremiaba.