domingo, 8 de abril de 2018

Promesas del mañana, recuerdos del ayer

Me di la vuelta en la cama y abrí un ojo; allí estaba ella. Completamente desnuda, veía su suave y perfecta espalda, con ese culo que tanto me gustaba acariciar y esa cabellera rubia que olía tan bien. Estaba preparando el desayuno, cocinando esas tortitas que tan bien le salían. Tarareaba suavemente, para sus adentros. Ni siquiera la escuchaba, pero estaba ladeando la cabeza al ritmo de su canción favorita; siempre que hace eso es porque está en su mundo, evadiendo la realidad y disfrutando del momento. Igual que hacía yo.

La luz se colaba en el apartamento de una forma casi mágica, aportando un aura dorada a todo aquello que se viese impregnado de los resplandores matutinos. Las penumbras iban desapareciendo y el juego de sombras iba venciendo a la oscuridad. El día se abría paso en nuestras vidas, dándonos la bienvenida y tendiéndonos la mano. Ella giró la cabeza y me vio, aún en la cama, cubriéndome de cintura para abajo con las sábanas. En sus ojos se veía que no necesitaba destaparme para saber qué había entre las telas de la cama, y una sonrisa llena de vitalidad se le escapó entre sus comisuras. Vino con paso sugerente, dejando el fuego al mínimo, y se metió en la cama conmigo. Sus pechos se rozaban contra mis pectorales, el vello de nuestras pelvis se encontraba y mis labios se posaron sobre su nariz, blanca y llena de pecas. Era delicioso.

La rodeé con mis brazos, aprisionándola contra mi torso, mientras seguíamos besándonos; a veces por las mejillas, otras por el cuello. Su respiración tranquila iba ganando intensidad, mientras mi sangre aceleraba su paso por mis venas. Cerré los ojos y dimos rienda suelta a nuestros deseos. Su olor me reconfortaba y sus caricias me excitaban. Todo marchaba bien. Todo iba sobre ruedas. La tenía a ella. Ella me tenía a mí. Resultaba imposible ser infeliz.

Me di la vuelta en la cama y abrí un ojo. Estaba todo oscuro. Entre mis brazos sólo había vacío. En mis fosas nasales sólo había mi olor. Y en el apartamento, sólo estaba yo. Ya habían pasado dos años desde que se fue, pero aquí sigue. Siempre igual. Cada mañana. Su recuerdo es lo único que puedo abrazar ahora.

Así pues, cerré los ojos y me di la vuelta en la cama.

martes, 3 de abril de 2018

El mosquito

Aquí estoy, frente al monitor. Solo.

Intentando conectar con todo el mundo acabé desconectándome de mí mismo. Y reencontrarme... es duro. Recoger mis pedazos, protegerlos, es cada vez más difícil. Esta felicidad autoimpuesta que me permite llegar a todo el mundo... me ahoga. Porque si los ojos son el espejo del alma, la sonrisa es su fachada. Porque la gente busca felicidad a cualquier precio. Y mejor una falsa felicidad que nada.

Y mientras todo el mundo parece seguir hacia delante, yo me he parado. Y no hay nadie para tenderme una mano. No hay nadie capaz de mirarme a los ojos y pedir que vuelva a sonreír.

Mi trabajo consiste en ser un mosquito molesto, pasando por delante de cualquiera esperando que, con suerte, alguien decida dejarme vivir un poco más.

Pero, al final, ¿qué queda? Al final, quedo yo.