sábado, 13 de octubre de 2012

Terror químico

     -... entonces se deduce que el agua es capaz de absorber el calor cedido por la reacción química gracias a... el incremento de las entalpías responde a un decrecimiento... la cantidad de calor se puede medir según la energía recibida por el agua de la disolución... si tenemos en cuenta la entropía del sistema podremos ver... una simple resta entre los factores... resulta la ecuación... en un equilibrio... la energía interna... molaridad... factores...

     Cuando volví a abrir los ojos ya no oía a la profesora de química. Lo más extraño es que seguía allí, frente a la pizarra, gesticulando y moviendo los labios mientras escribía con la tiza, pero sumida en el más absoluto de los silencios. Giré la cabeza y vi a mi compañero de mesa dormitando, dando de vez en cuando un pequeño respingo y volviéndose a sumir en su sueño. El resto de compañeros del laboratorio estaban en un estado similar, con las cabezas apoyadas sobre las mesas y los brazos colgando, como si hubieran sufrido alguna especie de hipnosis. Miré por la ventana y observé un fenómeno que jamás habría imaginado: el cielo se había vuelto de un color rojizo muy oscuro, manchado con algunas nubes moradas. Me acerqué al alféizar y observé detenidamente el patio del instituto; ni un alma asomaba en todo el terreno, ni siquiera había nadie por las calles. Más allá del bosque que rodeaba el instituto había una espesísima niebla azulada que recordaba vagamente al basto océano flanqueando un pequeño islote en medio de la nada.

     Me dirigí con paso firme hacia la puerta; nadie parecía percatarse de mi presencia y todos seguían igual, con el inusual silencio rodeándolos como un aura maligna. Acerqué mi mano al pomo de la puerta, algo dubitativo, y la abrí de par en par. Asomé la cabeza por el largo y angosto pasillo de la última planta, y para mi sorpresa no vi a nadie. De hecho, estaban todos los fluorescentes apagados y el silencio sepulcral me presionaba los tímpanos como un líquido que recorría el aire con gran viscosidad. Poco a poco y con un nudo en la garganta fui recorriendo el camino hacia las escaleras, que se encontraban en el otro extremo. Pasaba por delante de las puertas de las distintas aulas, pero los ventanucos que servían para observar lo que acaecía en el interior de las estancias parecían tintados con algo inmaterial y absolutamente opaco. A medio recorrido me detuve, reflexionando si era buena idea continuar o, por contra, debía volver de inmediato.

     Estaba sumido en mis pensamientos cuando oí un lejano ruido a mis espaldas. Me giré a la velocidad del rayo, con el corazón en un puño, deseando no haber oído nada. Las puertas de emergencia estaban abiertas, y la luz que indicaba la salida titilaba con tesón. Ésa era la única luz en todo el pasillo, y lo que tenía debajo me dejó con la boca seca: el director del centro estaba allí, de pie, sin moverse un ápice y con los ojos cerrados. La luz parpadeante le iluminaba el rostro por fracciones de segundo, creándole sombras en el rostro y dándole un aspecto realmente decrépito. Esa imagen me dejó clavado en el suelo, sin saber qué hacer o siquiera qué estaba sucediendo. La luz que emitía las señales luminosas resplandeció con un inusual fulgor que me cegó momentáneamente. Cuando recuperé la visión, la luz seguía igual que antes, pero el director había desaparecido. Volví a oír detrás mío un chasquido, y mis piernas giraron a la velocidad de la luz. Un enorme rugido acompañado de una bocanada de aire caliente y apestoso me azotó el rostro y unos ojos color rojo sangre aparecieron momentáneamente al fondo del pasillo, en mitad de la oscuridad.

     Me desperté de un respingo en medio de la clase de química, con la última imagen grabada a fuego en mi memoria. Mi compañero de mesa estaba tomando apuntes mientras la profesora explicaba. Por fin volvía a oír su voz, y el cielo tenía ese color azul blanquecino tan agradable. Aún así, un escalofrío me recorrió la espalda, instándome a que me girara, cosa que no hice. Por algún extraño motivo, notaba una mirada clavada en mi nuca.