domingo, 1 de junio de 2014

Ihcuc, el emperador maya

Ihcuc era un famoso emperador maya, muy querido y respetado por todos. Era alto, fornido, guapo e inteligente, y las chicas se rendían a sus pies. Tal era su éxito, que mujeres célebres de todas partes llegaban ante el emperador para ser, aunque sea, su amante de una noche. No obstante, Ihcuc atendía otros intereses...

Cada mañana, bien temprano, el emperador iba a dar un paseo por la zona de los jardines imperiales. Siempre iba completamente solo, era su momento de olvidarse de su cargo, de toda la gente a la que tenía que cuidar, de todos los escoltas que le protegían... Pero su paseo no era sólo para eso. Más allá de los límites de sus dominios, algo alejada había una casita, una solitaria y agradable casita. En ella moraba un joven huérfano, bastante desgraciado el pobre. Había sido expulsado de la aldea por ir en contra de los dioses, llegando incluso a afirmar que los castigos divinos no eran más que "eclipses". Su carácter era terco, algo soez y muy antipático, y nadie lo quería, ni mucho menos las mujeres de la zona, que lo veían como alguien feo y con un cuerpo para nada atlético. Pero el emperador no opinaba igual. Ihcuc sólo veía en ese joven alguien débil, alguien a quien debería proteger, pero no como emperador, si no como una más de sus muchas esposas. Esa figura tan distinta a las demás, esa sonrisa tan difícilmente apreciable a simple vista, esa mirada con aires de superioridad... Realmente lo único que quería Ihcuc era dejarlo todo e irse a vivir a esa casa, lejos de la gente, aislados del resto del mundo, sólo ellos dos y una vida por delante.

Cada mañana volvía el emperador de su paseo, se sentaba en el trono y se ponía manos a la obra a gobernar. No podía dejar su cargo, no podía. Esas ideas de libertad no eran para él. De todas maneras, sería tan fácil simplemente un día desaparecer...  ¿Debía realmente sustituir su vida por otra totalmente distinta? No lo sabía. De hecho, sólo tenía una cosa clara; mientras ese chico siguiera en esa casita, tan a la vista desde sus paseos matutinos, no habría nada por lo que preocuparse. Ihcuc sabía que él lo estaba esperando.

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