miércoles, 30 de enero de 2013

Inspiración mañanera

     El dulce aroma del café recién hecho embriaga mis sentidos, evocándome recuerdos de mi infancia, de cuando mis padres se reunían con sus amigos en casa mientras alimentaba mi mente con la palabra escrita. El leve murmullo de las anécdotas de estudiantes se mezcla con las risotadas y las vivas voces del profesorado, en una ágil danza de sonidos, acompañados de los ruidos característicos de una cafetería de instituto. Protegidos por un manto de calor humano se vislumbra la gélida brisa de enero, creadora de una poderosa orgía entre las verdes hojas de los árboles que aún las mantienen. Con mano firme agarro uno de los bolígrafos que hay dispersos por la vasta y fría mesa, cediéndole parte de la moderada temperatura que proporciona mi mano, mientras con la otra acaricio suavemente el rugoso papel. Cierro los ojos mientras acerco el utensilio de escritura a mis labios, rozándolos y poniendo en contacto el liso y pulido plástico con mis comisuras. Aguardo unos instantes, viendo pasar una ráfaga de ideas por mi mente y, oteando el horizonte del pensamiento, intento discernir alguna, sin éxito. Aún con la mente en blanco, acerco la punta impregnada de tinta a la hoja blanca como la nieve, y con un leve contacto inicio el relajante movimiento de la escritura, trazando finas líneas y engendrando limpias y pulidas letras mientras la inspiración borbotea en mi interior y mi cabeza rezuma las palabras, lenta pero constantemente.

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