miércoles, 14 de noviembre de 2012

El árbol

     La brisa acariciaba dulce y plácidamente las briznas de hierba de la colina verde. En lo más alto, en la cima, encabezando el montículo en mitad del prado había un árbol, un elegante y adusto árbol, haciendo las veces de atalaya y oteando el basto horizonte. Los rayos luminiscentes del sol chocaban contra todas y cada una de las hojas de este árbol, rezumantes de fresca fragancia y anhelantes de volar libres con los pájaros, surcando el cielo azul, salpicado de esponjosas y nevadas nubes. Proyectaba en el suelo una sombra, una agradable sombra, un oasis de somnolencia rodeado de la claridad de los despejados cielos. Esa sombra servía de alfombra a las frágiles y temblorosas flores, tan radiantes y coloridas como el arco iris cruzando los vientos, impasible pero flexible. Algunos tímidos roedores se atrevían a retozar colindantes al tosco tronco, entre los aromas de la madera musgosa y la hierba fresca, si preocuparse de posibles depredadores bajo la protección que brindaba el imponente árbol.

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